LA POLÍTICA “TRANS-QUEER”: UN CABALLO DE TROYA EN LOS MOVIMIENTOS DE EMANCIPACIÓN SOCIAL

“El movimiento trans-queer ofrece herramientas a un individualismo muy funcional a la ideología liberal y su “economía de mercado”.

La “teoría queer” postula que el sexo no está determinado por la naturaleza sino por nuestro criterio subjetivo de identidad y considera tránsfobo utilizar la palabra “mujer” junto a términos como “maternidad”.

*Por TITA BARAHONA

La teoría queer, esa hija del posmodernismo que tomó en las universidades anglosajonas gran impulso desde la década de 1990, está haciendo posible, por medio de influyentes grupos de presión, que lo queer y trans se transforme en una fuerza política capaz de hacer ley (1). Esta fuerza se está canalizando a través de partidos liberales, como es en España Ciudadanos, y social-liberales afines a la ideología posmoderna como Unidas Podemos. El asunto crucial aquí no es que haya personas trans o queer, que merecen todo el respeto, así como el reconocimiento de que no son un bloque homogéneo al estar atravesados por diferencias de clase, nacionalidad e ideas políticas. El asunto que se trae a debate es que las estructuras de poder trans-queer están operando como un arma renovada contra cualquier proyecto de emancipación social.

   “Sectores del movimiento LGTB y del feminismo se percatan ahora, con espanto, de que tienen un “Caballo de Troya” en  el seno de sus organizaciones”

A comienzos de julio se celebraron en Gijón las jornadas “Política feminista: libertades e identidades”, organizadas por la Escuela Feminista Rosario de Acuña de dicha ciudad (2). Han sido más noticia de lo habitual por las acusaciones de transfobia de que fueron objeto. No es nada nuevo. Quien frecuente las redes sociales se habrá percatado de que la etiqueta tránsfoba se lanza con especial virulencia contra las TERF (Transgender Exclusionary Radical Feminist), así llamadas despectivamente las feministas de la corriente radical que ahora se denominan RadFem (3). Las principales organizadoras de las jornadas de Gijón no pertenecen a ella, sino al feminismo ilustrado de la igualdad, que está bien situado en las instituciones académicas y políticas. Son catedráticas y figuras respetadas del feminismo como Amelia Valcárcel, que han sentido también la furia trans.

El pecadillo de las RadFem, y por extensión de cualquiera que comparta más o menos su opinión, consiste en decir que una mujer es una hembra adulta de la especie humana (4). Esto se considera tránsfobo porque deja fuera a las transexuales femeninas (varones que han transitado a mujeres), que no poseen los órganos y funciones del aparato reproductor femenino, pero se consideran a sí mismas mujeres. Ello porque, como vigoroso retoño posmoderno, lo trans-queer postula que el sexo no es un dato determinado por la naturaleza, sino una “construcción social” que se nos asigna al nacer arbitrariamente (varón/mujer), pero que, en realidad, es un espectro de múltiples combinaciones (más allá del hermafroditismo) (5). De ahí que el sexo trans-queer pase a ser aquello que nuestro criterio subjetivo de identidad y nuestro deseo nos dicte en cada momento de la vida. Por el mismo motivo, es tránsfobo utilizar la palabra “mujer” junto a términos como “maternidad” o “gestación”, porque excluye a los transexuales masculinos (mujeres que han transitado a varón), que pueden en un momento dado gestar y parir pero no desean caer en la categoría “mujer” ni llamarse madres sino padres.

Para no discriminar a los trans e incurrir en transfobia, se ha creado un neo-lenguaje que, deliberadamente o no, incurre en otras discriminaciones, como es la anulación simbólica de las mujeres mediante el borrado de la categoría “mujer”. Así, por ejemplo, si se habla del embarazo, no debemos decir “mujeres gestantes” o simplemente “las gestantes”, sino los “cuerpos gestantes”, para incluir a los transexuales masculinos -y de paso invisibilizar a las madres de alquiler (6). Las mujeres, que ya llevamos un tiempo soportando que nos llamen “género”, ahora quedamos reducidas a “cuerpos” y veremos si la cosa para ahí. Por otro lado, es asimismo transfóbico discutir sobre la menstruación o la lactancia, funciones que no desarrollan las transexuales femeninas, y tránsfoba la mujer lesbiana que rehúsa tener relaciones sexuales con una “mujer con pene”.

Las micro-identidades resultantes de la fragmentación que opera lo trans-queer en la materia del sexo y el género -este último “constructo” también y meramente “performativo” (7) – cuentan ya con una elaborada taxonomía que no tiene nada que envidiar a la de Linneo. Mezclando sexo, género y orientación sexual, han proliferando átomos identitarios en el carro del LGTB clásico, que en versión más actual aparece como LGTBIQ+. Pongo a continuación la lista completa del plus. La dejo en inglés, porque es el mundo anglosajón el que marca el canon:

    Lesbian, Gay, Gender queer, Gender fluid, Genderless, Gynesexual, Bisexual, Bigender, Transexual, Transgender, Transvestite, Two-Spirited, Transitioning, Queer, Questioning, Intersex, Asexual, Agender, Ally, Androgenous, Androsexual, Pansexual, Pangender, Omnisexual, Omnigender, Demi sexual, Straight, Skoliosexual, Cisgender, Third-Gender, Boydyke.

Esto es parte del neolenguaje referido, última versión de lo “políticamente correcto”, muy del agrado de la progresía. Un ejemplo en España lo tenemos en la propuesta de ley “contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género y características sexuales, y de igualdad social de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales”, presentada en 2017 por Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea (8). Este y otros proyectos legislativos sobre las identidades sexo/género están inspiradas en el movimiento trans-queer, que recibe un generoso impulso económico y mediático de ciertas fundaciones globalistas, como la Open Society y otras de ese tenor; (9) las mismas que hacen campaña por la “gestación subrogada” y/o el “trabajo sexual”. No hay que objetar a que se legisle contra las discriminaciones, pero, cuidado, porque en la letra -y quizás también en el espíritu– de la norma se esconden resortes de otras discriminaciones -y explotaciones- contra las que llevamos tiempo luchando (10).

    “El movimiento trans-queer ofrece herramientas a un individualismo solipsista y hedonista, muy funcional a la ideología liberal y su “economía de mercado”, pero no a una teoría política para el cambio social.

En algunos países ya existe una ley específica de reasignación de sexo/género sin necesidad de hormonación, cirugía y pruebas psicológicas. Suena a buena noticia. Sin embargo, con la norma en la mano, se ha podido denunciar a sesenta trabajadoras de salones de belleza por negarse a depilar los testículos a una transexual; censurar por tránsfobas representaciones teatrales como los “Monólogos de la Vagina”; se ha permitido a varones entrar en espacios reservados a mujeres y no precisamente como eunucos en harenes, sino en listas electorales, cárceles, equipos deportivos, vestuarios…, que además de controversia por el rechazo de las mujeres a compartirlos, han generado abusos de distinto tipo (11). No estamos defendiendo que haya espacios segregados por sexo, sino reconociendo que algunos tienen justificación. Pero los espacios femeninos van más allá, están también en la legislación contra la violencia machista, por ejemplo ¿Se imaginan que un varón acusado de este delito pueda mediante reasignación de sexo escapar a esta jurisdicción?

La teoría queer critica el binarismo de sexo y género dominante, esto es: que sólo haya hombres y mujeres, masculinos y femeninos. Por ello propone una mayor flexibilidad y diversidad de sexos y géneros; de hecho sugiere que haya tantos como personas. Sin embargo, el binarismo se cuela por varias grietas de su edificio y sale a menudo reforzado. Pese a considerar que sexo y género son igualmente “constructos”, el queerismo mantiene los términos (transexual, transgénero) y los confunde torpemente. Pero se agarra al género, no para definir las normas sociales que se imponen a hombres y mujeres (significado original del concepto), sino para elevarlo a la categoría de “identidad individual”. Lo social desaparece. La citada proposición de ley española dice incluso que “Género es una categoría humana”.

Los textos legales que regulan los derechos trans, para definir la identidad de género, usan expresiones como percepción, sentido interno o convicción personal. El sexo deja de considerarse un hecho concreto (para la Medicina, sin embargo, es un dato crucial). Se habla de “sexo asignado”, como si no fuese auto-evidente en el 99,9 por mil de los nacimientos. El género, al contrario, es algo socialmente impuesto. Ahora bien, estar disconforme con este último no necesariamente implica estarlo con el sexo de una/o. Son planos distintos que lo trans-queer confunde de manera a veces tan poco ingeniosa, que les lleva a esencializar el binarismo de género dominante. Esto se ve en esas peligrosas recomendaciones de que se hormone a los adolescentes si manifiestan gustos o preferencias que no corresponden al “género culturalmente asignado”. La mayoría de personas podríamos encajar en esta categoría en mayor o menor grado; pero eso no implica que el niño que juega con muñecas o le gusta vestir de rosa deje de ser varón. Afirmar lo contrario es acabar con lo “cultural” y volver a las esencias, como esencialista y binarista es crear la categoría “cis-género” -persona que acepta o se conforma al género asignado-, como el opuesto a “trans-género”.

Volviendo el argumento del revés, tampoco la disconformidad con el cuerpo implica siempre disconformidad con los mandatos de género “normativos”, como vemos en muchas trans. La propuesta de ley española dice: “las personas con comportamiento de género no normativo son aquellas cuyo comportamiento, forma de vestir, de denominarse, etc. no corresponde a lo que culturalmente se espera del género que se les ha asignado”. Lo paradójico es que, cuando llega la hora de reasignarse género, en un alto porcentaje se recurre a categorías ya “construidas” desde hace mucho. Esto es algo destacable entre las transexuales femeninas que remarcan la imagen estereotipada de las mujeres, o las que identifican ser mujer con “llevar zapatos de tacón, vestidos ceñidos, maquillaje, etc.” Lo trans-queer llega a ser un instrumento anti-feminista y reaccionario, que arranca las raíces sociales de las discriminaciones y las trasplanta al individuo, esa “estructura lingüística en transformación”, según definición de Butler. 

El movimiento trans-queer ofrece herramientas a un individualismo solipsista y hedonista, muy funcional a la ideología liberal y su “economía de mercado”, pero no a una teoría política para el cambio social. En esto tienen razón las ilustradas. Además, también lo comparten algunas personas trans. Pero, por el camino, unas 29 personas que se reunieron en Yogyakarta (Indonesia) en 2006, la mayoría ex-relatores de la ONU que asistían a título personal, redactaron un primer esbozo de legislación sobre la identidad de género, cuyas recomendaciones ya se han incorporado a los marcos legales de algunos países. Es significativo que una de las personas de Yogyakarta fuese un millonario trans procedente de Argentina, país que ya cuenta con una ley de cambio de identidad de género, mientras la del aborto sigue esperando. También lo es que en La India se haya reconocido legalmente al tercer género, pero sigan sumando los sesenta millones de abortos selectivos de fetos femeninos. Sean dos o cuatro mil, mientras subsista la estructura de la opresión y la explotación capitalista, la identidad de género funcionará para apuntalarlas.

El lobby trans-queer está logrando que el cambio de identidad de sexo/género sea incluido en el registro civil sin necesidad de haber pasado por un proceso de hormonación o intervención quirúrgica. Una medida aceptable, porque para sentirse hombre o mujer no hace falta martirizar el cuerpo o la mente. Pero tengamos en cuenta que aquí también hay diferencias e intereses de clase. Quien marca la tendencia trans-queer a nivel global es una élite acaudalada y con influencia política, que ya esté integrada por intersexuales y/o por “nómadas del género”, está muy relacionada con las industrias capitalistas de la moda, los fármacos, el ocio y entretenimiento, la pornografía, la prostitución, las madres de alquiler y otras formas de explotación de las mujeres (la venta de leche materna ya es un negocio). Elles -en su dialecto transinclusivo- pueden lucir sus estéticas queer públicamente, y muches sacarán beneficio económico de ello. Pero, si se depende de un salario, la cosa se complica. Alguien que se presente en su puesto de teleoperadora, limpiadora, recepcionista o cajera con bigote, barba y vestido ajustado -a lo Conchita Wurst, por ejemplo-, arriesgará mucho su situación y no tendrá medios, en su caso, para sacar adelante una denuncia por transfobia.

Lo trans-queer en sus distintas versiones crece como bola de nieve, y es ahora cuando sectores del movimiento LGTB y del feminismo se percatan, con espanto, de que tienen un Caballo de Troya en sus organizaciones (12). Ahora caen en el error que supuso dar alas al “género” y a la “diferencia” cuando soplaban fuertes los vientos posmodernos en los departamentos universitarios. Algunas advertimos que la cosa se estaba saliendo de madre: el género se convertía en un Alien que acabó devorando a la tripulación: el sexo, el feminismo y a las mujeres (13). Algunas académicas alegan que se transigió con el género porque en esos años era más fácil camuflar así programas feministas, sobre todo pensando en lugares como América Latina. Pero también es verdad que el género se tornó la gallina de los huevos de oro de las subvenciones, publicaciones y cursos varios, y en una etiqueta más cómoda para quienes no tenían la mínima inquietud feminista, pero sí ganas de “trincar”. Aquello fue la orgía de la gallina del género y ahora llegan los pollitos transgénero a pedir lo suyo. Y las catedráticas ilustradas lloran.

Quienes ocupan posiciones de cierto poder y, desde posturas de crítica social, pasaron a posturas de acomodación social -viaje muy frecuente en la comunidad académica-, las mismas, por cierto, que han contribuido a arrinconar el feminismo de tradición socialista y marxista, tienen buena carga de responsabilidad en haberle abierto las puertas al caballo de madera. Uno que se facturó en la ONU y a ella vuelve reforzado, porque este 26 de julio, en un evento de esta institución en Nueva York, llamado “Diversidad de Género más allá de Binarismos”, la secretaria de la Agencia de la ONU para las Mujeres dijo que su organismo ya no va a estar enfocado a los “derechos de las mujeres” sino a “la igualdad de todos los géneros”. La identidad de género es una categoría útil para el sistema capitalista y su política de las identidades, porque opera para impedir que las personas explotadas y oprimidas por cualquier condición tomemos conciencia de que tenemos enemigos y objetivos comunes, y actuemos en consecuencia.

Julio de 2019

Notas y referencias bibliográficas:

   (1)  Diferentes pero muy relacionados, usaré el par queer-trans -o trans-queer- para referirme de forma abreviada a los movimientos surgidos en torno a la identidad de género o de sexo/género: queers, transexuales, transgéneros, transfeministas, transactivistas… Los hay también transhumanos, que exploran la fusión con robots (cyborgs) y las teorías del “metabody”. Y quizás no tardemos en ver “trans-especistas”.

   (2)  La Escuela es un organismo de la Oficina de Políticas de Igualdad/Centro Asesor de la Mujer de Gijón. Estas eran las XV Jornadas, cuyas ponencias se pueden seguir en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=i7FFxFBbKXA. Especialmente clarificadora es la de Ángeles Álvarez: https://www.youtube.com/watch?v=rf_2Cjobh4I

  (3)   El feminismo radical surgió en EEUU a finales de la década de los 60, influido por la Escuela de Franckfurt. Centra la atención en las relaciones de poder entre los sexos dentro de la familia y la sexualidad, una estructura de poder que denomina patriarcado. Promueve la creación de grupos de autoconciencia y autoayuda. Acuñó el lema “lo personal es político”. Posee varias corrientes internas, pero en general defiende espacios sólo femeninos en las organizaciones, manifestaciones feministas y otros eventos.

  (4)   La similitud que algunos encuentran del postulado RadFem con el de Hazte Oír, es sólo aparente, encierran significados contrarios. En el primer caso se trata de reconocer que es el sexo con el que nacemos lo que determina socialmente nuestro futuro;  en el segundo se trata de naturalizar esa determinación social.

  (5)  La palabra hermafrodita, que describe a personas que nacen con órganos de los dos sexos, es rechazada en el mundo trans en favor de “intersexual”.

  (7)   Performatividad (representar un papel) es uno de los conceptos claves de la teoría queer, cuyo texto fundacional es el libro de la  estadounidense Judith Butler, El género en disputa: feminismo y la subversión de la identidad (1990).

  (8)   BOE, 12 de mayo de 2017. Disponible en Pdf.

 (9)    No es casualidad que en noticieros como Democracy Now, con conexiones con la Open Society, hayamos visto noticias recurrentes sobre la lucha de los trans por conseguir el derecho a utilizar los aseos correspondientes a su sexo/género sentido.

 (10)  Dos artículos interesantes al respecto, los de Marina Pibernat https://larepublica.es/2018/11/17/feminismo-transexualidad-esta-ocurriendo/ y Laura Lecuona  https://economia.nexos.com.mx/?p=2363

 (11)  Véase https://rdln.wordpress.com/2019/04/20/more-marxist-critiques-of-trans-ideology/. La intrusión en listas electorales ha ocurrido ya en Oaxaca: https://www.excelsior.com.mx/nacional/en-mexico-investigan-a-17-candidatos-transgenero-falsos/1237458 Quizás se trate casos aislados y no se pueda generalizar, pero la legislación los facilita.

(12)   Lo hemos podido constatar en las pasadas jornadas de Gijón: https://www.youtube.com/watch?v=i7FFxFBbKXA

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