Formas de concebir la política.
“La representación de un progreso del género humano en la historia, no puede ser disociada de la representación de su marcha recorriendo un tiempo homogéneo y vacío. La crítica a la representación de esta marcha tiene que constituir la base de la crítica a la representación del progreso en absoluto”. Walter Benjamin.
Por Denni Fernández
En los últimos años muchas de las discusiones en el ámbito político, académico y periodístico giraron en torno al concepto de “progresismo”, más precisamente enfocado en el caso del progresismo argentino y sus particularidades. Algunas de esas discusiones tuvieron al “progresismo” como excusa o como punto de partida en la necesidad de abordar y caracterizar el componente político-ideológico de la actual fuerza de gobierno, para entender ciertos mecanismos de funcionamiento, ejercicio, construcción y legitimación de poder, y la manera en que esto se traduce a la configuración del actual modelo político-económico, indagando sobre continuidades, readecuaciones o rupturas con modelos hegemónicos anteriores. En otras palabras, el interés por el “componente progresista” dentro de la conformación de la actual coalición de gobierno[1] y del bloque de poder que representa, al menos en el sentido que aquí nos interesa, es determinar qué lugar ocupa “lo progresista” en la orientación política de las acciones de gobierno y en la construcción del “relato”, como avances en materia de derechos (en algunos casos), como “Caballo de Troya” o fachada (en otros) y, en última instancia, su impacto en el estilo de época en la construcción o incidencia, de una ética y estética, si se quiere, “progre” o progresista.
Aquí se hace necesario hacer un par de aclaraciones. En primer lugar, sobre el sentido que toma el concepto “progresismo” (¿como significante vacío?) en determinados contextos históricos y situaciones de poder. Por un lado, “el progresismo” visto como algo positivo, plural, de respeto a la diversidad, ligado aquí a un pensamiento de centroizquierda, postmodernista, defensor de los derechos individuales, de las minorías (a riesgo de diluir el concepto de “pueblo”) y por el otro, “el progresismo” mas eurocentrista, con orígenes en el liberalismo inglés y como supuesto teórico del progreso en la historia de Europa con pretensión universal, que nace con la Ilustración como movimiento de renovación intelectual llamado el “Siglo de las Luces” (siglo XVIII) en Francia, Inglaterra y Alemania. Por lo tanto, esta línea de pensamiento presupone una concepción lineal del desarrollo histórico y se orienta a la construcción de sociedades como similares a aquellas que encarnan el “progreso”. Estas dos visiones, aparentemente diferentes y atemporales, se tocan y se unen en muchos puntos o, mejor dicho, la primera se subyuga a la segunda, y en el caso argentino, ya nace hija de ambas, y sus diversas vertientes, a nivel activismo intermedio y orgánico, no se diferencian sustancialmente entre sí, salvo por la cuota de poder coyuntural que detenten o negocien, lo que determina cómo se dan los agrupamientos o rupturas, en términos fraccionales, de frentes, coyunturales; no de clases.
En el plano superestructural, de la “transversalidad” del gobierno de Néstor (con Binner, Solanas, Tumini, etc.), a la “diversidad” del gobierno de Cristina (con sectores más “posmodernos”, pudimos ver cómo fueron cambiando los ordenamientos de las fuerzas progresistas bajo el paraguas del poder, variando su protagonismo, sus reivindicaciones y su estética.
Los niveles del progresismo
Vamos a utilizar un par de clasificaciones arbitrarias (como toda clasificación) para intentar explicar diferencias y niveles en lo que englobamos ampliamente bajo el concepto de “progresismo” (a veces como sustantivo, otras como adjetivo), poniendo énfasis en el progresismo oficialista y no en el disidente, no porque no nos interese, sino por que, guste o no, el progresismo oficialista impregna la práctica de este progresismo disidente que repite algunos mismos vicios. En todo caso adherimos en parte, y con reservas, a la definición que hace Jorge Asís:
“Es la “gauche” socialmente presentable que no llega a ser de izquierda. Pero que tampoco se resigna culturalmente al pragmatismo que impregna a la indigerible “derecha”.
Es la sintomatología que suele tratar el psicoanálisis y la homeopatía. Eficaz para combatir testimonialmente las imposturas del peronismo, pero sin deslizarse entre la antipática atracción que genera el antiperonismo”[3].
Consideramos que hay un “progresismo intermedio”, un progresismo militante, que es esencialmente de clase media y, por su dinámica, origen y perfil ideológico, propenso a la cooptación. De sus cuadros suelen nutrirse los gobiernos como personal político, por lo que podemos ver que abundan en secretarías, dependencias y contratos del Estado. En este grupo hay también referentes de ONG´s, algunos artistas, sectores del ámbito universitario y cierto periodismo esnob.
En un nivel más bajo, podemos situar al “progresismo de base”, una importante cantidad de adherentes y simpatizantes, sin o con poca tradición militante previa, pero realmente convencidos. Los encontramos generalmente entre los cuentapropistas y monotributistas, empleados ligados al sector servicios, de la clase media profesional y, como novedad, muchas amas de casa que se sienten reivindicadas y “consumen” y asumen la política con la misma pasión con que antes consumían telenovelas, magazines y otros programas de televisión, y como mímesis e identificación en la figura de Cristina Fernández.
Este grupo fue beneficiado por muchas de las políticas de este gobierno, sobre todo como sujetos consumidores y por la reactivación de la actividad económica después del 2002/2003. Como parte de una clase media golpeada por la crisis del 2001, su “conciencia política” es nueva y se remite de manera recurrente al temor de “volver a los 90 o al 2001”, soslayando (interesadamente o por desconocimiento) responsabilidades, acusando otras. En sus esquemas mentales, la historia es una figura abstracta que puede dar saltos retroactivos o tener un desarrollo unilineal, y no el resultado de las luchas populares o el estado de una lucha de clases, por ello es que en esta franja es muy común ese discurso de “volvió la política”, “nunca antes…”, “por primera vez en la historia…”, “Gracias a Néstor y Cristina hoy…”, porque justamente esa falta de formación y desconocimiento o mala interpretación de la historia, los lleva siempre a razonar desde la memoria corta, comparando y sobre-exaltando lo bueno (o lo que debería ser algo normal), y matizando y relativizando lo malo, siempre midiéndose con el pasado reciente más nefasto, mutilando así la complejidad del proceso histórico a la medida de su “conciencia política”, que no es más que un “sentido común” que se fue construyendo con “el relato”. Ese sentido común es básicamente un sistema axiológico, es decir, una escala de valores, por ende es muy difícil de desmontar, puesto que todavía nos movemos sobre esa escala de valores, por ejemplo simplificaciones en categorías como “izquierda-derecha”, etc.
Tanto el “progresismo intermedio” o “progresismo orgánico” como el “progresismo de base”, responden principalmente a estímulos emocionales, es decir predomina el phatos, por sobre el ethos y el logos: “La amo”, “es una genia”, “es hermosa”, “nadie le llega a los talones” suelen ser las repuestas a otros argumentos, clausurando toda posibilidad de debate en un nivel más elevado, se tenga o no se tenga razón.
Ambos “progresismos” naturalizan la miseria y fetichizan lo popular, y en su lenguaje hablan de inclusión y no de justicia social, de que los derechos se “amplían” (sic), siempre dentro de lo posible de la etapa, gracias a la bondad de un líder (“La Jefa”), no que son o pueden ser productos de conquistas en la lucha popular, sindical, social. Naturalizan la pobreza y la colocan en el lugar de una herencia ajena…del pasado, sin cuestionar sus causas y continuidades estructurales, y ante el sufrimiento del marginado, su política es “marginalizarse”, “vestirse de pueblo”, “descender” simbólicamente y condescender, sublimar, toda una sensibilización estética en pos de esa naturalización, un camino a la inversa de la Doctrina de la Justicia Social. En lugar de problematizar y bregar para que salgan de su lugar de excluidos, con derechos y oportunidades de verdad, “folclorizan” un imaginario disociado de la realidad, y esto es tan cruel o peor que otras formas de estigmatización, es una estigmatización invisible, que pasa desapercibida. Con ello se invisibiliza la injusticia social, una degradación cultural que viene de arriba, todo en nombre del “pobrismo”. Es siempre una mirada externa, caricaturizante.
Este “progresismo” también asume como positivos los insultos que siempre ha prodigado el anti-peronismo histórico al peronismo. Esto no modifica su valor, al contrario. Al igual que el anti-peronismo, la sandez del “gronchismo”, del “chori y el vino” es una mirada externa. El peronismo, con todas sus contradicciones, fue nada menos que el fenómeno político, histórico, cultural, científico, técnico, estético y tecnológico más importante de la historia de este país ¿Es posible agotarlo en esa trivialidad del choripan?
Juan Cabandié una vez dijo: “Nosotros en las unidades básicas comemos choripanes todo el año”, como si esa fuese su credencial de peronista, identificarse con un cliché del “gorilismo”. Otro ejemplo claro de esta estética es el personaje de “Yegua y Groncha” que, desde el erotismo y el humor en las redes sociales, contribuye a alimentar este tipo de progresismo de bastardeo al peronismo, de “peronización” espuria.
Por último, está lo que llamaríamos “progresismo oligárquico”, la síntesis de las relaciones de poder que estructuran y configuran la actual forma de gobierno, o sea el verdadero poder político. La mixtura entre relato progresista/poder oligárquico, al menos un sector del poder oligárquico, o lo que llamaríamos “la nueva oligarquía” con sus relaciones y negocios con los nuevos centros del poder mundial: antes EE.UU, Europa; hoy China, Rusia y el nuevo poder financiero, y algunos que se mantienen (Israel).
Es decir, “progresismo oligárquico” como un nuevo desarrollismo (neodesarrollismo), administrado por una clase política versátil. Pero a diferencia del desarrollismo clásico, supuestamente industrialista, este responde a un modelo extractivista y de reprimarización económica, aunque en esencia en las formas se parecen, y parece tan actual aquel ensayo de Roberto Carri, desmenuzando la esencia del desarrollismo:
“(…) En tanto no es la única política de los núcleos dominantes, los desarrollistas encuentran resistencias en sectores del mismo, que en ciertos momentos reducen o limitan su campo de acción. Por tanto, buscan alianzas con sectores populares ajenos a sus intereses de sector, pero que pueden ver con buenos ojos un cambio que desplace a la vieja oligarquía.
(…)La idea de los desarrollistas —que se manifiesta en cada oportunidad en que pueden aplicar su política— es lograr la subordinación de sectores sociales con intereses diferentes y hasta contrapuestos a los suyos. Para ello construyen vastos programas políticos que contemplan mejoras generales que provendrán de la expansión económica y del “cambio de estructura para el desarrollo”.
(…) El desarrollismo aparece también como una variante del reformismo en tanto sus objetivos son cambiar el estado de cosas; y como una variante seudonacionalista, en tanto se busca identificar a los adversarios como representantes de intereses antinacionales que persiguen el mantenimiento del atraso y la dependencia. De cualquier manera, su nacionalismo se limita a atacar a sectores indefinidos por regla general, que se personifican en grupos débiles del imperialismo mundial, o, en ciertos casos —debido a sus contactos con determinados grupos financieros— a atacar a sus rivales en las licitaciones, presentando la lucha por el control de una situación concreta como una “batalla por el desarrollo”.
(…) Los cuadros del desarrollismo político están formados por comisionistas cuyo objetivo es aumentar el ingreso proveniente de las comisiones recibidas. La relación entre las mismas y el logro de altos beneficios por el capital es estrecha y fundamental, de allí que se convierten en los propulsores de políticas crediticias y de desgravaciones que promueven el “progreso y la industrialización” del país”[4].
Este “progresismo oligárquico” es el que dispone de los medios de reproducción del propio “relato” que se retroalimenta, desde donde se construye una ética propia, una estética y un lenguaje que ha tenido cierto éxito. Cuestiones nodales y sensibles a nuestro golpeado orgullo nacional resignificadas desde ese “relato” y bajo una narrativa de “nacionalización”, “recuperación”, “inversión”, “cooperación”, “redistribución”, “colocación exitosa”, invisibilizan los verdaderos negociados y la esencia de un modelo económico neocolonial. Un chiste leído al pasar en las redes sociales condensa esta realidad:
-No me cierran los balances.
-Mandale Patria.
El “progresismo oligárquico” hace una exaltación de la ciencia y la técnica, es una tecnocracia desarrollista, pero no una ciencia y técnica para una liberación nacional, sino una ciencia extranjerizante, al servicio del mercado pero bajo la esfera del Estado, que se ajusta a los cánones de un modelo dependiente en el lugar que nos asigna la división internacional del trabajo. Ahí uno de los puntos en que el “relato” muestra algo como logro y oculta una realidad: Si bien es cierto que hay “repatriación” de científicos como se muestra en la propaganda oficial, no se dice que la gran mayoría de ellos volvieron para suplir el déficit al servicio del modelo productivo neodesarrollista y, como emblema, los biotecnólogos al servicio casi directo de multinacionales como Monsanto y Cargill. Muchos de los científicos que se “exiliaron” seguían cobrando adscripciones y becas del Estado argentino, estando afuera.
Tecnópolis es un altar a esa exaltación tecnocrática desarrollista, la Meca del progresismo, con atractivos tecnológicos y exposiciones que se mechan con eventos interesantes y crean la ilusión de un país inexistente. La exposición en sí no está mal, lo cuestionable es el significado que quieren imponer; es parte de la estética sensibilizadora.
Ética y estética progresista
Cuando hablamos de ética y estética aquí, lo hacemos en un sentido acotado, sin abordarlo con la rigurosidad metodológica que tendría un estudio profundo centrado específicamente en la temática desde las ciencias sociales, y no estaríamos en condiciones de hacerlo tampoco. Lo que intentamos es tomar algunos elementos para ensayar una explicación acorde al tema en cuestión: El problema del progresismo.
Aunque resulte polémica esta afirmación, nos atreveríamos a decir que el progresismo, como ética, es una trampa del razonamiento y con esto guían su acción. Trampa intencional, como “relato”, o trampa como “sentido común”. En ambos casos, se apoya en falacias y una retórica particular.
En lógica, en afirmación del consecuente, la verdad de las premisas no garantiza la verdad de la conclusión. Las banderas del progresismo son la premisas, no importa la conclusión, la inventan a su medida, construyen sofismas, el progresismo es un argumento “ad populum” en sí. El progresismo es una cuestión de fe.
El progresismo crea sus propios dioses que después los gobiernan, son los neohegelianos de esta época. Crean sus Tecnópolis, sus 678, sus Cartas Abiertas, sus monumentos autorreferenciales y luego se someten a ellos. Una dialéctica entre ética y estética.
Si la mejor representación estética del menemismo es la “pizza y el champán”, la del progresismo es, quizás (y la más perversa), la imagen del cartonero con la netbook en su caballo de madrugada, es el razonamiento que hace Diego Bossio, es el discurso de la igualdad a partir de eso, un pensamiento entre ingenuo, miserable y positivista que cree que de por sí la tecnología trae el conocimiento y la inclusión. También podríamos decir que la del progresista, en particular, es la selfie con los dedos en V….lo demás no importa nada.
Lo cierto es que es progresismo ha impregnado la época, ha impuesto significado, y con ello la censura, el falso moralismo, el posibilismo, el encasillamiento equivocado. Es Humpty Dumpty diciéndole a Alicia qué es la gloria, y quién decide qué significa la gloria[5]. El progresismo es Mex Urtizberea con el “digan lo que quieren hacer, pero digan cómo”[6], porque el progresismo argentino es eso, no contemplan la cuestión del poder, porque la política para ellos es sólo decir cómo hacer, delegar y si no estás de acuerdo “armá tu propio partido y ganá la elecciones”, una lógica electoralista, demoliberal. Para el progresista el problema argentino es mediático, no político.
Los progresistas de hoy son los herederos quebrados de la socialdemocracia, del alfonsinismo, del FREPASO en la Alianza y, yendo un poco más lejos, de la JP Lealtad isabelista, agrupamiento rupturista que su postura se definía retóricamente por su “lealtad a Perón”, y por un rosario de críticas a la línea política oficial de la organización Montoneros, fundamentalmente respecto a los puntos de discusión entablados con el viejo líder. En la práctica, fue algo así como ir a pedirle la escupidera a López Rega y a la burocracia sindical de aquellos tiempos. Con el tiempo, esa línea de pensamiento perduró y fue adaptándose a los tiempos. Algunos de ellos, adhirieron fervorosamente al “tercer movimiento histórico” del alfonsinismo, casi todos se plegaron con pocas fisuras al FREPASO del Chacho Álvarez, y hoy reportan asistencia completa en el kirchnerismo. Su rasgo ideológico distintivo es que están convencidos que las transformaciones urgentes y necesarias en el Estado y en el conjunto de la sociedad pueden llevarse a cabo sin afectar los intereses de la elite dominante, aunque confrontando con ellos en episodios esporádicos, pero no determinantes. Se podría decir que en estos últimos años han encontrado un punto de articulación ideológica con lo más granado del más genuino pensamiento desarrollista. Su “lealtad a Perón” quedó reducida a un puñado de secretarías, embajadas y puestos menores en la administración pública a cambio de un furioso talibanismo.
Ese es el problema del progresismo argentino: su vocación de esclavos, de cola del poder real, del “progresismo oligárquico”. Walter Benjamin hizo la crítica al Progreso, nuestra crítica es a la versión devaluada, a la Nac& Pop, del progresismo, como estilo, como concepción y como modelo que, como paradoja, a pesar de que ciertamente ha habido avances, mantiene la matriz económica de dependencia y concentración. Eso sí, con un discurso progresista.
[1] – El FPV agrupa diversos partidos y sectores y su composición fue cambiando.
[3] – Jorge Asís “Tangos del cierre. “Una”, “Cambiemos” y “Progresistas” completan el frepasismo tardío del FPV”. http://www.jorgeasisdigital.com/2015/06/11/tangos-del-cierre/
[4] – Roberto Carri (1973), “Crítica al desarrollismo” en Imperialismo y liberación nacional, Buenos Aires, Efece, p. 103
[5] – Alicia a traves del espejo. De Lewis Carroll
[6] – Mex Urtizberea. “Digan cómo”. Diario La Nación, 31/08/2007.
*La foto corresponde a Julian Doregger, actor de Cualca imitando a las fotos que salen en 678.