LOS HUÉRFANOS DE DIOS.

Reflexiones sobre la post-modernidad

Por Pantos

Todos sabemos que el gran problema existencial de la postmodernidad es que no le logramos encontrar un reemplazo a Dios. “Dios ha muerto”, en todas sus dimensiones: no es un concepto nuclear en la ciencia, ni en la filosofía. Y tampoco, y esto es lo que pesa, existe ya como centro de significación existencial. Una idea que aglutine todo para el ser humano.

Dios es, siempre fue, lo sustancial de la existencia. Siempre cumplió esa función, tanto para el creyente como para el no-creyente. No es necesario pensar la divinidad como una entidad extra-física, o incluso física, que está por allí, tomando decisiones, influyendo en el Universo. Para el racionalista y el ilustrado de siglos pasados, Dios podía estar encarnado en la razón, en la belleza, en la idea. Personas que se confesaban ateas (o, cuando menos, alejadas de los parámetros monoteístas) podían no abrigar “fe”, pero mantenían la estructura de la idea de divinidad en su pensamiento. Cuando Hegel proclama que “Dios ha muerto” está observando que la razón cobrará su autonomía. Dios se descentra para ser con el mundo. Nietzsche va más allá y presagia la postmodernidad: un Dios descentralizado hasta las últimas consecuencias, la muerte de Dios y la sublimación de las voluntades. “No hay hechos, hay interpretaciones.” No hay Dios, hay infinitos dioses. Infinitos sentidos.

El sujeto post-moderno, como su nombre indica, está varado en una situación de posterioridad inconclusa con respecto a una realidad anterior. Dios ha muerto, sí, pero allí está tirado su cadáver; lo vemos, y lo lloramos. Lo extrañamos. Nos da nostalgia. Extrañamos tener una centralidad de significaciones que se aglutinen de manera existencialmente confortable. Porque es cómodo tener un dios, seas ateo o creyente, es confortable y tranquilizador tener un centro de significación para la existencia, un norte perpetuo.

El sujeto post-moderno está a la intemperie, no puede acatar un centro. La postmodernidad misma es la descentralización total, la nulidad de convergencia metafísica. Por eso la hiper-pluralidad de ideologías y creencias, por eso las infinitas atomizaciones morales y políticas, por eso los infinitos ghetos, las infinitas tribus urbanas, los infinitos fanáticos de una causa o tendencia, los enfermos de vacío, los enfermos de éxtasis. La pluralidad del mercado no se aplica sólo a la propiedad material. La postmodernidad ofrece todo un mercado de sentidos últimos, un infinito abanico de propuestas metafísicas. Para todos, nadie se salva.

Los sujetos post-modernos somos un niño asustado que acaba de ver morir a sus padres. Y no sabemos qué hacer para apalear el vacío que ello implica. Estamos a la deriva, mirando esos cuerpos sin vida. El sentido se fue. Intentamos llenar el vacío fantaseando con nuevas entidades absolutas que vienen a salvarnos. Y en el fondo sabemos que es mentira.

Creamos dioses a diario, porque el Dios primigenio ha fallecido. Hoy existen tantas formas de divinidad como seres humanos en el mundo. Nuestros dioses son sanguinarios, dulces, justos e injustos a la par, como un trueno. Los centros son infinitos, tan infinitos que, muy a menudo, nos cuesta mirarnos entre nosotros mismos.

¿Cómo reconocerte? No hay una medida. No hay un centro.Somos los huérfanos de Dios. Ésta es nuestra historia.

*El autor es escritor, analista (autor independiente y ecléctico) y escrutador de la filosofía.

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