LA UNIVERSIDAD NACIONAL Y LOS ESTUDIANTES

La deuda con el pueblo. Su misión histórica.

“Un país colonial, jamás podrá tener una Universidad Nacional” (Juan José Hernández Arregui).

*Denni Cajn.

Al hablar de La Universidad muchas veces caemos en la tentación de referirnos a ella con enunciados generales como si se tratara de una unidad académica homogénea, un ámbito educativo en el cual sólo se coordinan planes interclaustros y de los distintos niveles institucionales de la educación superior, o como un organismo de titulación profesional y otras definiciones parciales de este tipo. Además los estudiantes solemos hablar de la Universidad desde una mirada centralista referenciada a nuestra propia facultad e institución universitaria (La UBA por antonomasia en nuestro caso), equiparando incorrectamente las disímiles realidades del resto de las instituciones de educación superior del país, desde una perspectiva parcial.

Pero La Universidad es mucho más compleja e implica un mundo de relaciones de todo tipo. Es una institución prácticamente sujeta al plano superestructural. Su relativa autonomía está siempre condicionada por el poder político y está atravesada por fuertes intereses económicos, y por ende a sus mecanismos jurídicos, ideológicos, etc., en el que intervienen muchísimos actores, entre los cuales los estudiantes no siempre solemos tener un papel preponderante, o por lo menos, estar a la altura de los procesos históricos, por lo tanto es un dispositivo mucho más sofisticado que lo que suponen ciertas representaciones.

No tener en cuenta los alcances y la función de la universidad es también malentender su dimensión política, limitándola y condenándola a ser una “institución del régimen” formadora de individuos pasivos, sujetos a la demanda del mercado laboral monopolizado por el capital transnacional; profesionales sin compromiso social y en búsqueda de un mezquino ascenso individual que reditúe en su propia ganancia económica, desentendiéndose de la realidad social del país.

Desde su creación La Universidad se vio atravesada por periodos históricos, conflictos, luchas políticas y medidas gubernamentales que modificaron su fisonomía y su protagonismo, pasando, entre otros, por el período oligárquico-liberal, la Reforma del 18, los años del peronismo, la restauración reformista, la dictadura oligárquico-militar, la vuelta a la democracia, el menemismo y la Ley de Educación Superior (aún vigente), y la etapa post-crisis del 2001. Etapas que afectaron su autonomía, su función y su dinámica interna y externa.

Una Universidad Nacional como la que queremos debe orientarse a través de los años de acuerdo con las necesidades, las inquietudes y la demanda social de la época, para crear cuadros y profesionales que respondan a la vocación histórica que les toca realizar en su tiempo. Queremos que sea una casa de estudios pública y que responda a los intereses populares, estando a la altura de la lucha histórica por la liberación y conectada a la realidad nacional.

La Universidad del peronismo

El peronismo en sus tres periodos tuvo mucho que ver con uno de los momentos de máximo esplendor de La Universidad. Se crearon nuevas universidades, entre ellas La Universidad Obrera Nacional en 1948 (Hoy UTN) expandida en regionales por todo el país[1], como dijera Omar Villareal, “fue un acto fundacional que insertaba a La Universidad en un proyecto de Nación, de neto corte popular y de reivindicación de clase. Venía a coronar un esfuerzo sistemático por acercar los beneficios de la capacitación profesional y la educación técnica a la clase trabajadora de nuestro país[2]”.

Otra medida revolucionaria fue la implementación del ingreso libre y gratuito a la universidad en todo el país, declarado el 22 de Noviembre de 1949[3], que permitió a los hijos de los obreros, a la clase trabajadora misma, invadir los espacios que antes eran privilegio de la clase media, quintuplicándose así la matricula en menos de 10 años ( lo índices más altos de la historia) y que aún hoy podemos gozar de los beneficios de aquellas políticas que tuvieron profundas connotaciones de igualdad y fueron signos inequívocos de la transformación social en todos los planos y de la inserción de la universidad en un verdadero proyecto de nación.

Estos hitos y otras transformaciones en el plano de la educación superior tuvieron su correlato en la legislación pertinente con la Ley del Régimen Universitario 13.031 (1947), en la Constitución Nacional misma del año 1949, en la Ley 13.229 (1948) /Decreto 8014 (1952), La Ley Orgánica de las Universidades 20.654 (1974) y en el Segundo Plan Quinquenal. Todo esto desconocido hoy por la gran mayoría del estudiantado.
El peronismo en el poder produjo una resignificación en la educación, que dejaba de ser un privilegio de la élite para pasar a ser un instrumento popular de liberación, y los grandes cambios que operaban en el nivel universitario, acompañaban así las grandes transformaciones sociales, políticas, económicas, tecnológicas y científicas del país.

El movimiento estudiantil nacido al calor del peronismo y que se había ido germinando junto a la primera resistencia peronista (con el acompañamiento de agrupaciones de la izquierda revolucionaria), fue una generación indudablemente muy esclarecida y de gran sensibilidad social, que supo comprender y acompañar los procesos políticos y las luchas sociales de esos años, convirtiéndose en la expresión del pueblo y de los trabajadores en la universidad, estrechando vínculos con sindicatos y acompañando medidas de fuerza de los trabajadores ( como las de la CGT de los Argentinos y otras grandes movilizaciones sindicales en el interior del país).

Los años de gobiernos peronistas fueron tiempos excelencia académica y también de apogéo del movimiento estudiantil, que había empezado a gestarse desde el primer gobierno y siguió en crecimiento aún después del golpe del 55, como los núcleos originarios que serían el germen del peronismo de La Tendencia Revolucionaria (el Integralismo, La AES, El Ateneo de Santa Fe, la CEP, la FANDEP y las primeras manifestaciones de lo que luego sería la JUP), y que emergió con toda su fuerza en el 73, con los ánimos todavía insuflados por el Cordobazo del 69, prácticamente “tomando” las universidades y facultades de casi todo el país, con el apoyo de trabajadores y docentes, en sintonía con la designación de las nuevas autoridades como Rodolfo Puiggrós en la UBA, Rodolfo Agoglia en La Universidad de La Plata, Víctor Benamo en La Universidad del Sur – Bahia Blanca[4] y muchos otros tantos, acompañando el clima revolucionario de la época y a los nuevos cuadros técnicos militantes que empezaban a ocupar lugares estratégicos tras el triunfo del “Tío” Cámpora.

Esa oleada de clase media nacionalizada y trabajadores, que regresaba tras la proscripción a impedir el continuismo de las políticas de la dictadura y las medidas del anterior gobierno que comprometía el patrimonio de la universidad y los logros alcanzados durante los años de gobierno peronista, configuraron una gran corriente política universitaria que tomaba cada vez más protagonismo, adentro y afuera de la universidad. Venían a luchar para que la universidad sea nacional y popular: venía desde el pueblo hacia La Universidad, no a la inversa.

Todavía hoy algunos intentan negar las grandes transformaciones del peronismo en educación y en La Universidad, cuyos logros fueron tan revolucionarios que décadas después aún perduran, a pesar de la dictadura y de años de desidia en materia de educación superior. Seguramente hubo falencias y errores, pero como dijo Hernández Arregui “No fue perfecta, tuvo grandes fallas, pero fue Nacional”.

La desintegración

En marzo de 1976 se inicia en el país la más sangrienta dictadura militar de nuestro país. Con la desintegración de todo el sistema productivo nacional y su mercado interno, se inicia también la desintegración de la Universidad Nacional y con ella la desarticulación de la calidad académica y de la producción crítica del “Pensamiento Nacional”, algo de lo que aún hoy no nos hemos recuperado, esto explica en parte el eurocentrismo que impera en muchos ámbitos académicos y, en el caso de la UBA en particular, la hegemonía de corrientes y categorías evolucionistas-progresistas en el sustrato conceptual que parasita gran parte de la bibliografía académica.

La Universidades fueron intervenidas, se cesantearon decena de miles de docentes, muchos fueron encarcelados o tuvieron que exiliarse, a otros tantos los “desaparecieron”, al igual que a miles de militantes estudiantiles.
Con la vuelta a la democracia, el radicalismo, salvo la reincorporación de muchos cesanteados, la reactivación de las actividades de los centros estudiantiles y la intervención normalizadora en las facultades, no cubre las expectativas generadas. Apenas se plantea volver a la Universidad del período reformista restaurador.

Los centros estudiantiles son acaparados por el aparato del radicalismo y La Franja Morada inicia así una larga hegemonía que iría tomando una lógica mercantilista y empresaria en el manejo de la representación de los claustros. La JUP lograría sólo un par de centros de estudiantes entre el 86-88 y otros en el marco de algunos frentes. Es el tiempo del surgimiento de nuevas agrupaciones.

El menemismo fue otro golpe duro a la educación. El programa económico neoliberal, en La Universidad consistía en ajustes y disminución del Estado como financiador y promotor de la educación. La Ley de Educación Superior (LES) dictada por el menemismo (se encuentra actualmente en vigencia, y el actual gobierno kirchnerista es el que más ha avanzado en su aplicación), plantea la educación como un servicio (y no un derecho), llegando a permitir su arancelamiento. Esta Ley responde a intereses ajenos al de la Nación, permitiendo la financiación no estatal de la universidad, o sea también de capitales foráneos empresariales, del poder financiero, de corporaciones (mineras y laboratorios por ejemplo), etc.

Otro un legado del menemato que se encuentra muy vigente por estos días es la CONEAU, un organismo de acreditación de carreras en el que inciden los intereses del “modelo productivo” en los planes de estudio, organismo donde las universidades nacionales tienen una representación minoritaria.

La Universidad y sus actores hoy

En el 2001-2002 se inicia una nueva etapa en el país. Es complejo interpretar aquel quiebre ocurrido en las jornadas de diciembre de 2001, pero podemos decir que con aquella explosión social y la caída de la administración de De la Rúa, caía parte del poder del brazo estudiantil de aquel sistema político decadente.
Un heterogéneo conglomerado de agrupaciones independientes y de agrupaciones de izquierda, ganaban la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), esto tendría réplica y generaría tendencia en muchas universidades del país y marcaría la impronta de la década[5].

El proceso iniciado marca un fuerte protagonismo estudiantil, pero no encontró su correlato en un proyecto nacional integral en el que el sistema educativo y La Universidad tengan su lugar en el proceso histórico, ya que desde el gobierno solo se ha tenido una visión instrumental de la misma, para propósitos políticos partidarios y de acumulación de poder.

Con esta administración política se ha profundizado el avance de la LES[6] y la CONEAU , más allá de algunas mejoras edilicias en algunas facultades, y la creación de nuevas ofertas académicas con la inauguración de algunas sedes (como las de Avellaneda, Florencio Varela, Moreno, José C. Paz) a las cuales diferentes especialistas y actores del sector le critican la falta de planificación, además de dejarse en segundo plano la promoción de la investigación y el conocimiento al servicio del pueblo, siendo promovidas como un “premio” a los caciques territoriales más leales al gobierno[7], a modo de acumulación de poder social y político.

Ante la dificultad de traducir su hegemonía política al mundo universitario, el gobierno trató de hacer pie en la universidad dividiendo, cooptando decanos y rectores, negociando sus permanencias en los cargos y otorgando generosas concesiones , puestos y “cargos” para las camarillas, “aparateando” varias de las sedes universitarias más adversas e intentando crear una FUA paralela (Federación Universitaria Argentina), hoy uno de los últimos bastiones a que se aferra la burocracia de la Franja Morada, que pierde terreno ante las nuevas corrientes autodenominadas independientes y de izquierda.

Ante esto ha habido innumerables denuncias de la comunidad universitaria contra intentos de bajar línea y tratar de convertir algunas facultades en “unidades básicas”, atentando contra el profundo debate del modelo de universidad que necesitamos hoy, aún pendiente.  El bochorno ocurrido en la nueva sede de la facultad de Periodismo y Comunicación de la UNLP, en un intento por imponerle el nombre de “Presidente Néstor Kirchner” en medio de un escándalo, que fue maniobra de la decana Florencia Saintout buscando congraciarse con el oficialismo, es un claro ejemplo.

Ante esta dificultad, el concepto de “Universidad del Pueblo para la Liberación” se ha intentado reemplazar por una supuesta “democratización del saber” (con planes de estudios generosos con el mercado), acotado a lo territorial, a la cuestión edilicia y distrital, muy lejos de la regionalización del conocimiento y de estar al servicio del engrandecimiento de la Patria como contemplaba la Constitución del 49 y la Ley Orgánica de las Universidades Nacionales 20.654 de 1974. Nada más democrático que una Universidad que sea del Pueblo.

Por todo esto, no es casual que el desembarco de los “proyectos universitarios express” se haya dado en territorios de influencia del gobierno nacional, por lo cual no se puede evitar pensar que se trata de una recompensa para los intendentes del conurbano y del interior más leales y disciplinados. Y aunque la creación de estos centros universitarios (mientas se descuidan los otros) responden a una diversidad de intereses y necesidades, no todos van en la misma dirección, por un lado hay demandas educativas insatisfechas, sectores populares que difícilmente puedan acceder a la universidad si no es cercana a su domicilio, pero por otro, están los intereses de los caciques territoriales que promovieron la creación de universidades como bastiones propios.

La disposición del inmueble y la oferta académica, en lo inmediato no se traducen mecánicamente a la posibilidad de acceso de los sectores populares a la Universidad. Otras variables (y derechos) como las prioridades en necesidades económicas, laborales, de vivienda, la determinación del entorno social y el bienestar general, son los principales aspectos que deben tenerse en cuenta y que determinan la predisposición social a ejercer el derecho de la educación como primer paso.

Hoy estamos lejos de aquella Universidad que soñamos, La Universidad Nacional no es nacional y aunque es estatal y “gratuita”, no es pública (propiamente dicha) y no es para todos, no es masiva ni popular. Esto nos recuerda a la paradójica frase de France Anatole: “Todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Por ello la ley prohíbe por igual a pobres y a ricos mendigar, robar pan y dormir bajo los puentes”.

Aunque si bien se ha incrementado en estos últimos años la presencia de lo que entendemos por hijos de la clase trabajadora y de jóvenes de clase media baja ( no sin que tengan que realizar grandes sacrificios para poder afrontar los estudios, las responsabilidades familiares y laborales más o menos equilibradamente), una gran parte de la población estudiantil pertenece a la clase media, y hasta hay de clase media alta gozando los beneficios de la universidad pública (muchos de los cuales, si trabajan, tienen otro status laboral, de menos tiempo y otras necesidades sociales e inquietudes intelectuales), a algunos de los cuales, por cuestiones de clase misma, se les hace difícil comprender la realidad de las mayorías populares nacionales y latinoamericanas, a pesar de manejar conceptos académicos para referenciarlas y creer representarlas en sus buenas intenciones. Por lo general tienen una representación “folcloroide” del pueblo, representación que está más cercana a ideas fetiches de la cultura popular urbana y de sus coloridas expresiones artísticas de “lo popular”, que de la realidad de las mayorías nacionales.

En estos ámbitos suele hacerse manifiesta esa disociación entre el grupo de referencia y el grupo de pertenencia. Esto no debe interpretarse como una negación de su participación y conciencia política, ya que grandes cuadros y movidas surgieron de la clase media, cuando supieron comprender y sentir la identidad histórica del pueblo y sus necesidades.

Si bien el grado de politización a nivel de carreras, a nivel de facultades y a nivel país es dispar, también un número considerable de estudiantes universitarios militan, simpatizan o dicen simpatizar por alguna corriente de pensamiento “socialista”, de izquierda o socialdemócrata-progresista (de manera híbrida y genérica), pero muchas veces sus rasgos personales son contradictoriamente liberales, antiorgánicos y hasta agnósticos políticamente (libre pensadores de izquierda), y cuando no, los que se vuelcan a la participación activa, caen en el tribalismo metamilitante y en la rosca alienante.

En el estudiantado de muchos centros universitarios, sobre todo de zonas metropolitanas, se da una especie de metamilitancia, donde jóvenes sin militancia previa (afuera de la universidad), ingresan a la vorágine de la militancia universitaria clásica y adoptan el formato de las agrupaciones de moda o hegemónicas, cayendo en un casi irremediable vanguardismo ideológico y en un “luchismo” alejado del pueblo. Todas sus energías y rebeldía las consumen enfrascándose en rencillas internas contra sus pares de otras identidades políticas, y se dedican a la panfletería “estándar” cuya legitimidad se alcanza con léxicos y tópicos internos del “establishment ” del microclima universitario. Muchas veces estas prácticas autoboicotean la práctica política real y el debate político serio, porque los militantes terminan muy “ideologizados” pero poca conciencia de la realidad nacional.

La Universidad de nuestros días también se encuentra inmersa en la cultura de la fragmentación, por lo tanto desconectada del resto de las realidades regionales, a nivel de coordinación institucional, a nivel académico, a nivel de los claustros, con desigualdad laboral, con desigualdad de recursos, etc.

En el claustro de estudiantes, graduados y docentes, el debate por un nuevo modelo de Universidad, el aislamiento y la falta de unidad para plantear propuestas concretas y alcanzar los objetivos, son el resultado desvirtuado de un  falso “pluralismo” y una falsa “democratización” que se pregona, que en realidad esconden las disputas egoístas por espacios de poder, divisiones que atentan contra la organización conjunta y que hace que ante una misma lucha, una misma necesidad, se planteen mecanismos de acción diferentes y separados que diluyen la fuerza política, caso de luchas salariales, recursos, gestiones en cuestiones edilicias, reformas de los planes de estudio, reclamos estudiantiles diversos, etc. Quedó muchas veces demostrado que la capacidad de movilización no siempre es sinónimo de organización política y unidad.

Si bien como se dijo antes, en la última década hubo un fuerte protagonismo estudiantil. Ante las dificultades planteadas esa dinámica interesante todavía no ha podido traducirse en lo que entendemos por “movimiento estudiantil” propiamente dicho (¿hacia dónde se mueve?), como sí lo hubo en otras oportunidades en nuestra historia cuando el movimiento estudiantil y universitario fue capaz de entender los procesos y tener una fuerte injerencia en los rumbos políticos a nivel nacional. Pero hay que seguir de cerca y acompañar la lucha y la evolución de este proceso iniciado en el 2001-2002, sobre todo en las universidades de los grandes centros urbanos, como las tomas y conquistas en La UBA, la lucha y masivas movilizaciones (reprimidas) contra la reforma de la Ley 8113 en Córdoba, las multitudinarias marchas, asambleas y tomas  que hubo en Bariloche contra el aumento del boleto estudiantil, etc.

La evolución de cuantitativa a cualitativa ( para que sea masiva y de calidad) debe darse en la superación de las diferencias superficiales, desalambrando las parcelas subjetivas que nos dividen, y en función de eso proyectar una universidad al servicio de las necesidades populares y de la patria, generando propuestas concretas para que no se repita la mala experiencia de la derrota ante Ley de Educación Superior por la falta de reacción al momento de generar repuestas alternativas ( a pesar de resistencias). Recordemos que aquella vez una de las únicas propuestas se centró en defender la Universidad de la Reforma 18, que era muy buena para el 18 y para otros tiempos y contextos, pero no fue suficiente como propuesta concreta y practica ante el avance del neoliberalismo en los 90.

Hoy necesitamos nuevas propuestas. No somos la misma sociedad del 18, de los 90, ni la del 2001, pero todas estas experiencias nos sirven como ejemplos de experiencias históricas, aprendiendo de los aciertos y errores.
Es una misión histórica refundar La Universidad para que forme a los intelectuales, los sociólogos, los economistas, los antropólogos, los científicos, los comunicadores que se necesitan hoy para liberar al pueblo y engrandecer la Nación, profesionales que generen caminos alternativos y herramientas para luchar contra el discurso, la ciencia y el poder hegemónico extranjerizante, comprometidos e involucrados, capaces de sostener un proyecto de Nación, esto sin caer en un idealismo de la historia, que supone que los cambios se darán en el puro ámbito del saber y de la conciencia con independencia de las estructuras sociales y de la praxis colectiva.

 

[1]  La Ley 13.229 del 19 de Agosto disponía en su Capítulo II la creación de la Universidad Obrera Nacional,  pero el reglamento para su funcionamiento recién fue sancionado por Decreto 8014 del día 7 de Octubre de 1952. El 8 de Octubre de 1952, el entonces Presidente de la Nación, Tte. Gral. J.D. Perón dejó inaugurada formalmente la Universidad

[2] Omar Villarreal (2001) “La Universidad Obrera Nacional. El escenario y los primeros actos de una fundación”. INSPT UTN.

[3] Decreto Nº 29.337, el cual fue rubricado por el Presidente de la Nación, Tte. Gral. Juan Domingo Perón, el día 22 de noviembre de 1949. El beneficio de la gratuidad de los estudios universitarios se estableció con alcance retroactivo al 20 de junio de 1949.

[4] Barletta, Ana María (2002) “Una izquierda universitaria peronista. Entre la demanda académica y la demanda política (1968 – 1973)” en Prismas, Revista de Historia Intelectual n° 6. Quilmes. UNQ.

[5] Universidad de Buenos Aires, 28 de Diciembre de 2001.

[6] Ley sancionada el 20 de Julio de 1995 bajo la presidencia de Carlos Saúl Menem.

[7] Art. “Nuevos Claustros”, Revista Acción N° 1.073, Buenos Aires, Mayo de 2011.

 

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